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LA CALLE DE LOS BAÚLES, LAS ARTESANÍAS Y LOS TATUAJES

  • María Judith Torres
  • 6 ago 2015
  • 3 Min. de lectura

La Calle Lourdes, una de las más tradicionales de Loja por su arquitectura colonial, con sus pequeñas casas pintadas de diversos y llamativos colores, es el escenario ideal para que un sinnúmero de personas se ganen la vida, vendiendo artesanías, tatuando cuerpos y haciendo de esta calle su segundo hogar.


Un día de fines del mes de julio volví a recorrerla. En el sector de los almacenes dedicados a las artesanías, ingresé a "Don Napo", un local que lleva 25 años ofreciendo baúles de madera, uno de los artículos tradicionales en esta calle lojana. Al llegar al negocio, me recibió Alejandro Andrade, un carismático hombre de ojos cafés. Al contarme como nació la idea del local, se detuvo un par de segundos y, con la voz entrecortada y los ojos llenos de lágrimas, me respondió que fue iniciativa de su difunto padre, Luís Napoleón Andrade Álvarez. Según su hijo, era un tipo amable y carismático que nació y murió con un talento innato para trabajar con las manos. “Han pasado años desde su partida, pero lo recuerdo cada vez con más cariño y admiración”.


Al salir de los baúles, me llamó la atención una mujer de cabello rubio y ojos negros, con un tatuaje en su brazo izquierdo. Me acerqué y le pregunté: ¿qué significado tenía el dibujo en su piel? Significa libertad, dijo ella. En aquel tatuaje estaba dibujado un colibrí de colores.


La mujer del tatuaje nació en un país vecino. “Soy colombiana, hace dos años vine al Ecuador buscando mejores horizontes, pero en cualquier lugar que esté, mi vida siempre estará en contacto con las artesanías”. Se llama Rosana y tiene 30 años; su vida la ha dedicado a diseñar manillas, aretes, cadenas a base de tagua. Se trata de un material, también conocido como nuez de marfil o marfil vegetal, que es semilla de la palma. Simboliza paz y buena vibra, decía la artesana.


De nuevo en la acera, me detuve en un almacén de tatuajes. De él salió un hombre de aspecto serio y con barba blanca. Le consulté el precio para hacerme un tatuaje, a lo que respondió que dependía de los gustos del cliente, del color y del tamaño del diseño. Me confesó que tiene seis tatuajes: “cada uno representa una historia en mi vida, que ni en una semana entera te la podría contar toda”.


Hace 16 años dejo las drogas y cada tatuaje representa una vivencia en las calles. “Mi existencia no ha sido fácil, mi madre murrio cuando yo era niño. Ahora, solo sirvo para tatuar cuerpos”. Diariamente llegan unas diez personas a su local, la mayoría porque quieren reflejar una historia y otras por el simple hecho de lucir.

“Mucha gente tiene prejuicios sobre los tatuajes, pero cada quien es libre de hacer de su vida y de su cuerpo lo que le dé la gana”, señalaba por su parte Juan Carlos Morocho, capitalino, quien desde hace tres años, radica en Loja, pero dice sentirse como si esta fuera su tierra. “Loja me ha dado tanto: trabajo, una esposa y dos hijos maravillosos”.


Luego llegó la hora de conocer a Carlos, un hombre de estatura pequeña, pero con un corazón grande. Se trata de un artesano por vocación y profesión. “Mi vida entera ha transcurrido en este lugar. Llego muy temprano y siempre optimista”. Es otro artesano convencido, que aprendió del oficio desde que ayudaba a su madre cuando apenas era un niño.


Mi recorrido finalizó cuando pude mirar a dos jóvenes hacer malabares en la calle, con el objetivo de obtener algún tipo de propina de los conductores. “Somos argentinos y llevamos nueve meses en este hermoso país. Así nos ganamos la vida, porque en la Argentina la vida es muy difícil y hay que hacer algo para poder sobrevivir”. También se suben a los buses con guitarra en mano de vez en cuando.


 
 
 

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